Las columnas que sostienen
el matrimonio
Hay muchas columnas
que sostienen el matrimonio, citaré sólo diez de ellas.
1 ª Columna: La construcción
de su casa sobre la roca (Dios).
En Mateo 7, 24-27
dice: “Por
tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en
práctica es como un hombre prudente que edificó su casa
sobre la roca. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes,
soplaron los vientos y golpearon contra aquella casa,
pero no cayó, porque estaba fundada sobre roca. Por otra
parte, todo el que oye estas mis palabras y no las hace,
le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa
en la arena. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes,
soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y cayó. ¡Y
fue grande su ruina!”
Alverá escribe:
“El hogar católico debe
construirse sobre esta roca y no en las arenas movedizas
de la belleza, la riqueza y la ambición, el amor
conyugal debe basarse en Dios”.
Alverá deja claro que
Dios debe ser el centro del amor conyugal.
Muchos ponen de
columna principal del amor conyugal: la belleza,
la riqueza y la ambición. Estos construyen
sobre la arena… arenas movedizas.
La Belleza
(belleza física) no sostiene el matrimonio.
La riqueza
(dinero, propiedades, mansiones…) no garantiza la
fidelidad en el matrimonio.
La Ambición
(amor desordenado de los honores, de las dignidades, de
la autoridad sobre los otros) no trae la
verdadera felicidad para un hogar.
La familia que vive de
espaldas a Dios está construida en la arena, con
seguridad no podrá mantenerse de pie cuando soplen los
vientos de las dificultades.
¿Que podría una
familia esperar de las vanidades y del vacío del mundo?
¡Nada de bueno!
El mundo es el enemigo
de la familia.
En él no hay verdad,
“Rogaré al Padre que les envíe
el Espíritu de la verdad, el cual el mundo no puede
recibir, ni conocer” (Jn 14, 17).
No hay amor: “Como no sois del
mundo, el mundo os odia, él ama solo a los suyos”
(Jn 15, 19). No hay paz:
“Les doy y les dejo mi paz, no
la doy como el mundo la da” (Jn 14,
27).
La familia que no
escucha a Dios y que no pone en práctica sus palabras
construye sobre la arena… es una familia insegura; deja
de seguir al Dios Eterno para vivir al servicio del
maligno (príncipe Del mundo y enemigo de Dios – Jn
14, 30).
Para soportar las
pruebas, persecuciones, tentaciones,
dificultades y las crisis (tormentas e
inundaciones), es necesario que la familia se funde
sobre la roca (Dios).
Sólo Dios puede ayudar
a una familia a superar todos los obstáculos que surgen
en el camino.
Dios es ABRIGO
y ESCUDO: “Tú
eres mi refugio y mi escudo” (Salmo
118, 114).
Dios es ROCA,
la SALVACIÓN y la FORTALEZA:
“Él solamente es mi roca y mi
salvación; mi fortaleza – jamás vacilaré!”
(Sal 62, 6).
Junto a Él vencemos a
los enemigos: “Junto a ti
enfrento a los enemigos, con tu ayuda, transpongo altos
muros” (Sal 17, 30).
Dios es el
VERDADERO SEÑOR:
“¡Guárdame, oh Dios, porque en ti me refugio! Yo le digo
al Señor: 'Sólo tú eres mi Señor, no puedo encontrar
nada bueno lejos de ti!” (Salmo 15,
1-2).
Dios es el
REFUGIO: “¡Probad y ved
qué dulce es el Señor! ¡Feliz el hombre que tiene en Él
su refugio!” (Sal 33, 9).
Dios es la ROCA
FIRME: “¡Mi gloria y mi
salvación están en Dios, mi refugio y mi roca es el
Señor! ¡Pueblo todo, espera siempre en el Señor siempre,
y abre tu corazón delante de Él: nuestro Dios es nuestro
refugio!” (Sal 61, 8-9).
Dios nos
SOSTIENE: “Cuando
pienso: ‘¡Estoy a punto de caer!’ ¡Vuestro amor me
mantiene, Señor! Cuando mi corazón se aflige, regocijas
consuelas mi alma” (Sal 93, 18-19).
2 ª Columna: Vivir en la
gracia santificante.
La familia que vive en
pecado mortal vive inmersa en la oscuridad y esclavo del
diablo: “Y expulsando a Dios
del alma, deja entrar al enemigo que consigue tomar
posesión de ella. Por la misma puerta por la que Dios
sale, el diablo entra” (Santo Alfonso
María de Ligorio).
El alma que no tiene
Dios vive en la oscuridad: “Si
una casa no es habitada por el propietario, Será
cubierta por la oscuridad, la deshonra y el desprecio,
lleno de todo tipo de suciedad. También el alma, sin la
presencia de su Dios y de los ángeles que en ella se
regocijan, se cubren en la oscuridad del pecado,
sentimientos de vergüenza y desprecio”
(San Macario).
La familia que vive en
pecado mortal es una familia muerta:
“Los miembros muertos de la
Iglesia, son los fieles que están en pecado mortal”
(San Pío X).
El Catecismo de la
Iglesia Católica enseña: “El
pecado mortal destruye la caridad en el corazón del
hombre por una grave violación de la ley de Dios, desvía
el hombre de Dios, que es su fin último y su
bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior”
(n. 1855).
El número en 1857, el
mismo Catecismo enseña: “Para
que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones
al mismo tiempo: ‘El pecado mortal es todo pecado que
tiene como objeto una materia grave y que, además, es
cometido con pleno conciencia y deliberadamente”.
¿Será que una pareja
que vive en el pecado mortal es un
ejemplo y luz para los hijos? ¡No!
¿Los niños que viven
lejos de Dios, edifican a los padres? ¡No!
Para permanecer de pie
e iluminar con el ejemplo, es necesario que los miembros
de una familia vivan en la gracia santificante.
¿Qué es la
gracia santificante?
Por gracia
habitual o santificante, se
entiendo como: aquel don sobrenatural que
nos hace participar de la vida divina, y
que es inherente al alma, como forma de
calidad permanente.
Se dice:
1. Que nos hace
participar de la vida divina, porque la esencia
de la gracia es comunicarnos algo de la vida de Dios.
2. Que queda
inherente al alma y no solo a sus poderes
(inteligencia y voluntad): es el principio
de la vida sobrenatural y por lo tanto debe unirse al
principio vital, que es el alma. Como la salud posee el
cuerpo, así, la gracia posee el alma.
3. En el camino
de la calidad, es decir, como algo que cambia el
alma, perfeccionándola.
4. Permanente,
porque persiste mientras el pecado mortal nos lleva a
perderla.
Esta Gracia
Santificante:
a. SE RECIBE de
un principio en el Bautismo.
b. SE AUMENTA
sobre todo por la recepción de los sacramentos,
también por la oración y las buenas
obras.
c. DETERMINA la
salvación, puesto que si la tenemos
momentos antes de la muerte, asegura la felicidad
eterna, y si no tuviésemos al morir, es inevitable
la condenación eterna.
d. PERDERSE por
cualquier pecado mortal.
y. RECUPERARSE
a través del sacramento de la penitencia o por la
contrición perfecta acompañada del deseo de recibir este
sacramento.
Los efectos de la
Gracia Santificante.
Hay tres efectos
principales:
1. Borra el pecado, es
lo que se llama justificación (paso del estado de
pecado al estado de gracia).
2. Produce la en el
alma la vida sobrenatural (junto con la remisión el
pecado, la vida de Dios Se comunica con el alma).
3. Informa a nuestras
acciones de mérito sobrenatural (las acciones se
convierten en meritorias).
Nota:
El Mérito es un trabajo realizado con la ayuda de
la gracia del amor de Dios y digno a los ojos de Él y de
la recompensa eterna. Por tanto, el mérito es el
resultado de gracia, y para nosotros mismos, no somos
capaces de hacer un trabajo digno de la recompensa
celestial. Con la gracia de lo contrario, el hombre
puede realizar acciones meritorias.
3 ª Columna: Oración.
Una pareja que no reza
nunca será un modelo y ejemplo para los niños, mas se
perderá eternamente: “Después
del bautismo, la oración continua es necesaria al hombre
para poder entrar en el cielo. A pesar de los pecados
ser perdonados por el bautismo, siempre permanecen los
estímulos al pecado, que nos combaten interiormente, el
mundo y los demonios que nos combaten externamente”
(Santo Tomás de Aquino).
Que no reza no alcanza
la salvación del alma: “Quien
reza ciertamente se salva y quien no reza, ciertamente
será condenado. Todo está condenado perdido porque
oraban. Si hubieran rezado, no habrían perdido”
(San Alfonso María de Ligorio).
Juan Pablo II escribe:
“La oración en familia tiene
sus propias características. Una oración en común,
marido y mujer, padres e hijos juntos. La comunión en la
oración es al mismo tiempo fruto de la exigencia de
aquella comunión que es dada por los sacramentos del
bautismo y del matrimonio. A los miembros dela familia
cristiana puede aplicarse especialmente a las palabras
con que Cristo promete su presencia: ‘Os digo de nuevo:
si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo,
lo obtendrán delante de mi Padre que está en los cielos.
Pues donde estuviesen reunidos en mi nombre, dos o tres,
yo estoy entre ellos’. La oración familiar tiene el
mismo contenido original a la propia vida familiar, que
en todas sus fases se interpreta como vocación de Dios y
actúa como respuesta filial a su llamada: alegrías y
dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y fiestas
de cumpleaños, aniversarios de bodas de los padres,
salidas, ausencias y retornos, las opciones importantes
y decisivas, muerte de seres queridos… nunca se debe
olvidar que la oración es parte constitutiva esencial de
la vida cristiana, adoptada en su integridad y
centralidad, por otra parte, pertenece a nuestra misma
‘humanidad’, es ‘la primera expresión de la vida
interior del hombre, la primera condición de una
auténtica libertad de espíritu’. Por lo tanto, la
oración no constituyen en modo alguno una evasión que
nos desvía del compromiso cotidiano, mas constituye el
impulso más fuerte para que la familia cristiana asuma
plenamente todas sus responsabilidades de célula
primaria y fundamental de la sociedad humana. En este
sentido, la participación efectiva en la vida y en la
misión de la Iglesia en el mundo es proporcional a la
fidelidad y la intensidad de la oración con que la
familia cristiana se une a la vid que lleva fruto,
Cristo el Señor. La unión vital con Cristo, alimentada
por la liturgia, por la oferta de uno mismo y de la
oración, también se deriva también la fecundidad de la
familia Cristiana en su servicio específico de la
promoción humana, que de por si nos puede llevar a la
transformación del mundo”.
En lugar de ver
la televisión, perdiendo el tiempo en visitas vacías,
gastar horas y horas en los bares y en las esquinas;
los padres busquen reunir los hijos a rezar el Santo
Rosario, la lectura espiritual (Sagrada Escritura,
vidas de los santos…) y el catecismo:
“Madres, ¿enseñen a sus niños
las oraciones del Cristiano? ¿En concordancia con los
sacerdotes, preparando vuestros hijos para los
sacramentos de la primera edad: confesión, la comunión,
de la confirmación? ¿Habitúales cuando están enfermos a
pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la
Virgen y de los Santos? ¿Rezar el Rosario en familia? ¿Y
ustedes padres, saben orar con sus hijos, con toda la
comunidad doméstica, al menos algunas veces?”
(Pablo VI), y:
“Por fuerza del ministerio de
educación, a los padres, mediante el testimonio de vida,
son los primeros mensajeros del Evangelio a los niños.
Aún más: rezando con los hijos, dedicándose a la lectura
de la Palabra de Dios” (Juan Pablo II).
La mayoría de las
parejas enseña de todo a los niños, pero les enseñan a
rezar.
¿Qué se puede esperar
de una familia que no reza? Sólo decepción e
indignación.
4 ª Columna: Confesión
frecuente.
La confesión
sacramental “es la carga de
propios pecados hechas por el a un confesor aprobado,
para así obtener la absolución” (San
Juan Bosco).
Los signos que deben
tener esta confesión de los pecados son:
integridad, humildad y
sinceridad.
1. Integridad.
No se debe ocultar cualquier pecado mortal para
vergüenza. Omitiendo voluntariamente un pecado mortal,
en lugar de recibir un sacramento que borra los pecados,
comete un sacrilegio.
2. Humildad.
Un sentimiento de humillación y contrición es muy
natural al demandado que Se presenta al juez, a quien el
tribunal le da la penitencia en el lugar de Dios en la
tierra.
3. Sinceridad.
Manifieste los pecados con contrición y sin disculpas.
Evite prolijidad (larga y aburrida) así, como
querer atribuir a otra persona la culpa de nuestros
pecados.
La Iglesia siempre
recomendó la práctica de la confesión frecuente, como se
ve claramente en las siguientes palabras del Papa Pío
XII: “Es cierto, como bien
sabéis, estos pecados veniales pueden ser expiados de
muchos y laudables modos; mas para el progresar a cada
día con más fervor en el camino de la virtud queremos
recomendar encarecidamente el piadoso uso de la
confesión frecuente, introducido en la Iglesia con la
inspiración del Espíritu Santo, y en el cual: aumenta el
justo conocimiento de nosotros mismos, crece la humildad
cristiana; los malos hábitos si erradican, se purifica
la conciencia, se robustece la voluntad, se logra una
dirección saludable de la conciencia y aumenta la gracia
santificante. Noten, por lo tanto, aquellos que
disminuyen o atenuar la apreciación por la confesión
frecuente, que hacen un trabajo ajena al espíritu de
Cristo y funestísima para el Cuerpo místico de nuestro
Salvador”.
5 ª Columna: la comunión
frecuente.
San Juan Bosco
escribe: “Después de que Jesús
Cristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía por el
bien de nuestras almas quiere que recibamos no solo una
vez o otra, mas muy a menudo”.
San Agustín escribe:
“Si todos los
días le pedimos a Dios por el pan material, ¿por qué no
tratar de alimentarnos todos los días con pan espiritual
con la Sagrada Comunión?”
El Concilio de Trento
enseña: “Sería muy deseable que
cada cristiana se conservase en un estado de conciencia
que pudiera comulgar toda vez que oye la Santa Misa. Y
esto no sólo en la comunión espiritual, mas con la
comunión sacramental, para que sea más abundante el
fruto que recibe de este sacramento”.
Los principales
efectos de la Sagrada Eucaristía producen en quien la
recibe dignamente los siguientes efectos:
“1º Salva y prolonga la vida
del alma, que es la gracia, así como el alimento
material mantiene y aumenta la vida del cuerpo. 2º
perdona los pecados veniales y preserva de los mortales.
3º Produce consuelo espiritual. 4º debilita nuestras
pasiones, y en particular amortigua en nosotros el fuego
de la lujuria. 5º Aumenta nuestro fervor y nos ayudan a
cumplir con los deseos de Jesucristo. 6º Nos da una
prenda de la gloria futura y de la resurrección de
nuestro cuerpo” (San Pío X).
6 ª columna: Paciencia
mutua.
Ambos sujetos a muchas
debilidades, la paciencia se impone como necesidad
absoluta. La palabra del Evangelio sobre el perdón que
se da no siete, sino hasta setenta veces siete, tiene su
aplicación en la vida más próxima en la vida del
matrimonio. Con paciencia debe fraternizarse la
bondad, la amabilidad, la
comodidad física y moral en todas
las circunstancias.
Si no hay ninguna
tolerancia mutua entre la pareja, el hogar se convierte
en un “pequeño” infierno:
“Sin paciencia no podemos
agradar a Dios y vivimos en este mundo la garantía del
infierno… La impaciencia agrada mucho al demonio… pero
es muy desagradable a Dios” (Santa
Catalina de Sena).
Griterías,
amenazas, actitudes duras, miradas amenazadoras…
debilitan profundamente en la vida de una pareja.
7 ª Columna: El respeto
mutuo.
Es un requisito
natural. El amor y el respeto son condiciones se
completan. El respeto es imposible sin amor, y
viceversa: “Y vosotros, maridos
deben amar a vuestras mujeres” (Ef 5,
25), y: “… y la
mujer respete a su marido” (Efesios 5,
33).
Los celos, que es el
gran enemigo de la felicidad conyugal, es incompatible
con el respeto mutuo. Que es motivado por la
desconfianza en la virtud de la otra parte, a menudo
allana el camino para que la infidelidad no más
imaginaria, mas real, “No seas
celoso de tu amada esposa, para no enseñarle el mal
contra ti” (Ecl 9, 1).
Sin diálogo
y la obediencia, es imposible permanecer
una familia unida.
Don Duarte Leopoldo
escribe:
“El respeto que la mujer debe a su marido, impone que
sus correcciones sean, preferiblemente de forma, así
como las advertencias, consejos… al mismo tiempo que la
mujer debe tener por leyes verdaderamente obligatorias
las manifestaciones de la voluntad de su marido. Este es
el orden establecido por Dios, y de ella depende la paz
y se cimienta el afecto mutuo entre los cónyuges. Hay
maridos, sin embargo, que se dejan dominar, abdicando de
su autoridad, contra la voluntad de la economía formal
del Creador, que no quiso confiar a la suprema dirección
del hogar doméstico. Desgraciado del que procede así,
por debilidad o mal entendido y tonta condescendencia,
se invierte el orden de una bondad ciega que excluye
todo el ejercicio de la autoridad y del poder.
Completamente dominada por las mujeres, no le será más
posible tomar la dirección de su casa. Allí, todo va
mal, porque manda quien debe obedecer y obedece
servilmente quien fue infestado por la Providencia de la
autoridad de jefe. Resultado: la vergüenza y la
confusión”.
8 ª Columna: Lealtad del
amor conyugal.
El Catecismo de la
Iglesia Católica enseña:
“El amor conyugal de los esposos
exige, por su propia naturaleza, la fidelidad
inviolable. Esta es la consecuencia del don de sí mismos
los esposos se hacen entre sí. El amor quiere ser
definitivo. No puede ser ‘hasta nuevo aviso’. ‘Esta
íntima unión, donación recíproca de las personas y el
bien de los hijos exigen la fidelidad cónyuges y su
unidad indisoluble… Puede parecer difícil e incluso
imposible conectar a lo largo de la vida de un ser
humano. Por tanto, es de suma importante para proclamar
la Buena Nueva de que Dios nos ama con un amor
definitivo e irrevocable, que las parejas casadas
comparten este amor, que les apoya y sostiene, y que, a
través de su fidelidad se convierten en testigos del
amor fiel de Dios”.
Santa Catalina de
Siena compara el hombre infiel a los cerdos:
“No satisfecho con su estado
civil, en el que podría vivir con la conciencia
tranquila como es su deber, como un animal rabioso,
desordenado, se dedica al mal, como un cerdo en el barro
es sucio, en el barro de la impureza”.
El Catecismo de la
Iglesia Católica enseña:
“El adulterio. Esta palabra
designa infidelidad marital. Cuando dos socios, de los
cuales al menos uno es casado, establecen entre sí una
relación sexual, aunque efímero, comprometerse
adulterio. Cristo condena incluso el deseo del
adulterio. La sexta mandamiento y el Nuevo Testamento
prohíben absolutamente el adulterio. La profetas
denuncian su gravedad. Vea en la figura del pecado el
adulterio idolatría. El adulterio es una injusticia.
Quién ensucia con sus compromisos. Golpea la señal del
pacto que el vínculo matrimonial es, perjudica el
derecho del otro cónyuge, y socava la institución del
matrimonio, violando el contrato subyacente”.
Para seguir siendo
fieles, es necesario que la pareja evite las
ocasiones de pecado, familiaridad con las personas del
otro sexo, provocaciones en ciertos ambientes y las
conversaciones… evitar ciertas miradas, los abrazos, las
caricias y los besos:
“… el que ama el peligro en el caerá”
(Ecl 3, 26).
9 ª Columna: Aceptación de
los niños.
El Catecismo de la
Iglesia Católica enseña:
“Los niños son el don más
excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien de
los propios padres. Dios mismo dijo: ‘No es bueno que el
hombre esté solo’ (Gn 2, 18), y ‘creo de inicio el
hombre como varón y mujer’ (Mt 19, 4), queriendo dar al
hombre una participación especial en su obra creadora,
bendijo al varón y a la mujer diciendo: ‘Creced y
multiplicaos’ (Gn 1, 28). Resulta que el cultivo de la
verdad del amor conyugal y de toda la estructura de la
vida familiar emana de ella, sin dejar de lado los demás
fines del matrimonio, tienden a disponer los esposos
para cooperar valerosamente con el amor del Creador y
Salvador, a través de los cónyuges, de forma continua y
aumentar y enriquecer a su familia”.
En el n º 2.373 del
Catecismo dice:
“La Sagrada Escritura y la
práctica tradicional de la Iglesia ve en las familias
numerosas un signo de la bendición de Dios y generosidad
de los padres”.
Lejos de las familias
el aborto y los métodos prohibido por la Iglesia para
evitar que los niños: “La
Iglesia sanciona con una pena canónica de excomunión
este delito contra la vida humana”
(Catecismo de la Iglesia Católica).
10 ª Columna: Educación de
los niños.
Adolfo Tanquerey
escribe:
“Si Dios les da los niños, recíbanlos de su mano como un
deber sagrado, ámenlos no sólo como parte de sí mismos,
mas como hijos de Dios, miembros de Jesús Cristo,
futuros ciudadanos del cielo; rodearlos con dedicación
de una preocupación a cada momento, darles educación
cristiana, esmerándose en formar en ellos las propias
virtudes Cristo nuestro Señor, para este trabajo, tienen
la autoridad que Dios les dio con prudencia , delicadeza
, fuerza y dulzura. No se olviden, que siendo
representantes de Dios, deben evitar aquella debilidad
que tiende a convencer a los hijos, aquel egoísmo que
desearía disfrutar de ellos, sin que se formen en el
trabajo y en la virtud. Con la ayuda de Dios y de los
educadores, que eligen con el mayor cuidado, hacen de
ellos hombres y cristianos, y ejercen así una especie
de sacerdocio en la familia, para que puedan contar con
la bendición de Cristo y la gratitud de hijos”.
El Catecismo de la
Iglesia Católica enseña: “Los
padres son los principales y primeros educadores de sus
hijos… El papel de los padres en la educación es tan
importante que es casi imposible reemplazarlos…”
y: “Los padres que transmitirán
la vida a sus hijos, tienen la gravísima obligación de
educar a su descendencia y por lo tanto deben ser
reconocidos como sus primeros y principales educadores.
Este papel de la educación es tan importante que, cuando
donde no exista, difícilmente será cumplida. De hecho,
es el deber de los padres crear un ambiente animado por
el amor y la reverencia por Dios y para con los hombres
que favorezca la completa educación personal y social de
los hijos. Por tanto, la familia es la primera escuela
de las virtudes sociales que toda sociedad necesita”
(Vaticano II).
Está claro que no
basta der a los hijos: estudio, ropa, comida, medicina,
ocio… pero es necesario darles, sobre todo, una seria,
fiel y sólida formación espiritual, doctrinal y moral.
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