LA
FLOJERA
I PUNTO
DEFINICIÓN
La flojera es una tendencia a la ociosidad
o al menos a la negligencia, o apatía en la acción. A
veces es una disposición mórbida que viene del mal
estado de la salud. Las más de las veces, sin embargo,
es una enfermedad de la gana que teme y rechaza el
esfuerzo.
El flojo (perezoso) QUIERE EVITAR
cualquiera trabajo, todo cuánto le puede perturbar el
sosiego y arrastrar consigo fatigas.
VERDADERO PARÁSITO
(sanguijuela, vivir a la cuesta), vive, cuanto
puede, la expensas (a la cuesta) de los otros.
Manso y resignado, mientras el
no inquietan, se impacienta y se
irrita, si lo quieren quitar de su
inercia... flojedad (pereza,
indolencia).
II PUNTO
GRADOS DIVERSOS DE LA FLOJERA
A.
El descuidado o indolente no
se mueve para cumplir su deber sino con lentitud
e indiferencia; todo lo que hace
queda siempre mal hecho.
B.
El ocioso no rechaza absolutamente el
trabajo, pero anda siempre atrasado, vaguea por
toda la parte sin hacer nada, aplaza indefinidamente la
tarea de que se hube encargado.
C.
El verdadero flojo (perezoso), ese no
quiere hacer nada que fatigue
(canse), y muestra aversión pronunciada
para cualquiera trabajo serio del cuerpo o del espíritu.
D.
La flojera en los ejercicios de piedad se llama
ACÉDIA: es un cierto hastío
(aversión, repugnancia) de las cosas espirituales
que lleva a hacerlas descuidadamente, a
acortarlas, y hasta a veces a las
omitís por vanos pretextos.
III
PUNTO
REMEDIOS PARA CURAR LA FLOJERA
A.
Para curar el flojo (perezoso),
es necesario antes de todo inculcar-le
convicciones profundas sobre la necesidad del trabajo,
hacerle comprender que ricos y pobres están sujetos a
esta ley y que basta faltar a ella para incurrir en la
eterna condenación.
Es esta la lección que nos da Nuestro Señor Jesús Cristo
en la parábola de la higuera estéril. Tres años a
hilo viene el dueño buscar los frutos; no
encontrándolos, da orden al trabajador que corte el
árbol (Lc 13, 7).
B.
A las convicciones cumple juntar el esfuerzo
consecuente y metódico. Y, como el flojo
(perezoso) retrocede instintivamente ante el esfuerzo,
importa mostrarle que no hay, finalmente, nadie más
infeliz que el ocioso (desocupado):
no sabiendo cómo emplear o, según su expresión, matar
el tiempo, se enfada, se disgusta de todo, y acaba por
tener horror a la vida. ¿No vale más hacer un
esfuerzo para hacerse útil y conquistar un poco de
felicidad, ocupándose en hacer felices a la vuelta de sí
aún?
Pero lo que nunca se debe cesar de recordar al
flojo es el FIN de la VIDA:
estamos aquí, en la tierra, no para vivir como
parásitos, sino para conquistar, por el trabajo y por la
virtud, un lugar en el cielo. Y Dios no cesa de
decirnos: ¿Qué hacéis aquí, perezosos? Ide también
trabajar en mi viña (Mt 22, 6-9).
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