Instituto Missionário dos Filhos e Filhas da Paixão de Nosso Senhor Jesus Cristo e das Dores de Maria Santíssima

 

Para as crianças da Bolívia

 

NUESTRA SEÑORA DE COPACABANA

 

 

La Virgen de la Candelaria de Copacabana, Nuestra Señora de Copacabana o Virgen de Copacabana, es una de las advocaciones más antiguas de la Virgen María en América, venerada en Copacabana, Departamento de La Paz, Bolivia.

Su fiesta se celebra el 2 de febrero y también el 5 de agosto. El 1 de agosto de 1952 fue coronada y declarada “Reina de la Nación”.

El culto a la Virgen de Copacabana se inició en 1583 en el pueblo de Copacabana, a más de 3.800 metros sobre el nivel del mar, y a 139 km de la ciudad de La Paz, y recostado sobre una colina, donde la península de Copacabana se adentra en el lago Titicaca, lugar que corresponde a Bolivia, acercándose a las islas del Sol y de la Luna, antiguos lugares sagrados para los aymaras e incas.

Su veneración se extendió desde sus inicios a diversas países de América, como Argentina, Brasil, Colombia y Perú; y también a países de Europa, como España. Asimismo, varios lugares llevan el nombre de Copacabana en Argentina, Brasil y Colombia.

 

Historia

 

Durante la colonia Copacabana, que era parte del Collao o Provincia de Chucuito, fue evangelizado y catequizado por los padres dominicos desde 1539 hasta 1574. Con este propósito establecieron una doctrina en Copacabana y en los otros pueblos vecinos como Pomata, Chucuito, Acora, Ilavi, Juli, Zepita y Yunguyo. Los dominicos, aparte de propagar la fe cristiana católica, como orden mariana, propagaron también una profunda devoción a la Virgen María en toda esta región. Además de propagar el rezo del Rosario, cabe recordar que los dominicos eran desde 1530 los custodios de uno de los santuarios marianos más importantes de España, el Santuario de Nuestra Señora de la Candelaria de las Islas Canarias.

En el pueblo de Copacabana, alrededor de 1580 sus habitantes vivían divididos en dos grupos, los Anansayas y los Urinsayas. A pesar de haber recibido la fe cristiana, vivían apegados a su religión primigenia. Las malas cosechas y otras desventuras los obligaron a pensar en atraerse los favores del cielo y resolvieron los Anansayas erigir una cofradía y ponerla bajo la advocación de la Virgen de la Candelaria. Mientras que los Urinsayas se opusieron alegando que ellos tenían pensado dedicarla a San Sebastián, pero al final no se hizo nada.

Un hombre llamado Tito Yupanki, descendiente del inca Wayna Qhapak, no abandonó la idea y concibió el proyecto de labrar una imagen de la Vírgen pensando que una vez hecha y trasladada al pueblo sería más fácil establecer la cofradía propuesta. Este escultor aficionado, ayudado por su hermano Felipe, trabajó la imagen de la Vírgen en arcilla, de una vara de alto, por los resultados, esta imagen debió representar la buena voluntad alejada de las gracias naturales de María. Fue colocada a un lado del altar por el Padre Antonio de Almedia, que hacía de párroco. Al dejar Copacabana don Antonio, se hizo cargo de Copacabana el predicador bachiller don Antonio Montoro, quien al ver esa imagen desgarbada, tosca y sin proporciones, mandó sacarla del altar y llevarla con el desaire a un rincón de la sacristía.

Humillado Francisco Tito por este contratiempo y aconsejado por los suyos, marchó a Potosí, que contaba con destacados maestros en escultura de imágenes sagradas. Llegó a adquirir en el taller del Maestro Diego Ortiz, cierto dominio en la escultura y en el tallado de la madera. Con esos conocimientos se resolvió trabajar la imagen definitiva de la Candelaria. Buscó por todas las iglesias de Potosí una imagen de la Virgen que pudiera servirle de modelo, encontrando en el Convento de Santo Domingo a la Virgen del Rosario. Se fijó en ella con suma atención para grabarla en su mente y antes de comenzar su trabajo, hizo celebrar una misa en honor de la Santísima Trinidad, para obtener sobre su obra la bendición divina.

Los Urinsayas, en principio, admitieron fundar la cofradía, pero no aceptaron la efigie labrada por Yupanqui, por lo que éste empezó a buscar comprador. En La Paz, la imagen llegó a manos del cura de Copacabana quien decidió llevar la imagen al pueblo. El 2 de febrero de 1583, la imagen de María, llegó a la población de Copacabana, lo que hace de este santuario mariano uno de los más antiguos de América, junto al santuario de Guadalupe en México. Todo el pueblo salió gozoso a recibirla y con gran alegría la condujeron a la Iglesia donde se celebró una misa en su honor y se entronizó la imagen de la Virgen.

 

Descripción de la Imagen

 

El cuerpo de la imagen está tallado en madera de maguey y esta totalmente laminado en oro fino y en sus ropajes se reproducen los colores y las vestiduras propias de una princesa inca. Su forma original esta permanentemente cubierta por lujosos mantos y trajes superpuestos a la talla, luciendo además una larga peluca de pelo natural. La imagen, que mide un poco más de cuatro pies, sostiene a un niño de manera muy peculiar, como si estuviera a punto de caerse. En su mano derecha sostiene un canastillo y un bastón de mando, regalo y recuerdo de la visita que en 1669 le hizo el Virrey del Perú.

La imagen original nunca sale de su santuario, para las procesiones se utiliza una réplica de la misma. Es típico del santuario, que los que visitan salgan de él caminando hacia atrás, con la intención de no darle la espalda a su querida Madre cuya fiesta se celebra el 2 de febrero, día de la Purificación de María o fiesta de la Virgen de la Candelaria, pero, también se celebra el 5 de agosto, con liturgia propia y gran celebración popular.

 

Construcción del Templo Mayor

 

Desde un principio la imagen cobró fama de ser milagrosa, lo cual se extendió por toda la comarca, el Virreinato y el continente entero. Los padres Agustinos construyeron la primera capilla Mayor, entre los años 1614 y 1618. El Virrey de Lima, Conde de Lemos, apoyó moral y económicamente la construcción de la Basílica desde 1668 y asistió a la inauguración de la misma en el año 1678.

En la actualidad la Basílica data del año 1805 y la imagen fue coronada durante el pontificado del Papa Pío XI en 1925, con el paso del tiempo los fieles donaron, para adorno de la imagen, gran cantidad de valiosas joyas y el templo se llenó de regalos y tesoros. Cuando se independizó Bolivia en el año 1825, existía un ascendiente y permanente presencia de la Virgen de Copacabana en la fe de todo el pueblo.

En 1826 el Presidente de la República de Bolivia, el Mariscal Antonio José de Sucre, expropió todas las joyas coloniales del tesoro del Santuario de la Virgen para fundirlas en las primeras monedas de oro y plata de Bolivia.

 

 

 

 

Para as crianças do Brasil

 

NOSSA SENHORA DE COPACABANA

 

 

(Copacabana - Bolívia)

(1583)

(Festa em 2 de fevereiro)

 

Em 1530, desembarcaram no Peru os primeiros missionários católicos, acompanhando as tropas espanholas que, sob as ordens de Francisco Pizarro, exploraram e conquistaram aquele vasto império.

Tradições muito antigas afirmam que Copacabana (copacabana, na língua aimará significa “pedra preciosa que dá vida”) foi um dos primeiros povoados que receberam o benefício da pregação evangélica. Diz a tradição também que entre os convertidos de Copacabana havia alguns tão zelosos que tudo faziam para que seus compatriotas abraçassem a religião de Jesus Cristo, deixando para sempre o paganismo.

Um deles foi o nobre dom Francisco Tito Yupanqui, descendente da família imperial, o qual fez o voto de conseguir uma imagem da celestial Senhora, a fim de obter dela a conversão de seus irmãos, sobretudo daqueles que moravam em Copacabana, seu querido povoado, e os feitos por ele realizados dão motivo para crer que tal voto foi inspirado pelo céu.

Naquela época era moralmente impossível realizar tal projeto. Os peruanos sabiam lavrar os metais, especialmente o ouro, mas não havia artista cristão a quem confiar tão delicado trabalho. Yupanqui não era escultor nem pintor, e aos pagãos faltava inspiração e graça para transferir para o pano ou para a madeira a imagem da Mãe de Deus.

Compreendendo o devoto peruano as dificuldades de seu projeto, não cessava de pedir à Virgem Maria que lhe inspirasse o modo de levá-lo a efeito.

Um dia, pareceu-lhe ver seu quarto iluminado por uma luz vivíssima e no meio dessa luz uma senhora de doce e grave aspecto, coberta com um largo manto que caía em numerosas pregas até cobrir a orla do vestido. No braço esquerdo sustinha um Menino, cuja cabecinha se reclinava no seio da senhora, e na mão direita tinha uma vela.

Yupanqui não duvidou que a Senhora fosse a Virgem Imaculada e que lhe apareceu para lhe indicar a maneira como queria ser representada. Portanto, assim que se desvaneceu a visão e que voltou a si do assombro, resolveu esculpir ele próprio uma imagem à imitação da que tinha visto, confiando na Virgem Maria, que havia de guiar seu inexperiente braço.

Para experimentar, fez uma de barro, mas saiu tão tosca e imperfeita que, embora a tenham recebido e colocado no altar por algum tempo, pouco depois a rejeitaram com desprezo.

Isto o fez decidir mudar para a vizinha cidade de Potosí, a fim de engajar-se como aprendiz na oficina de algum escultor e assim poder realizar seu mais ardente desejo.

Em 4 de julho de 1582 começou sua imagem, e, para conseguir esculpi-la como desejava, com jejuns e orações fervorosas, pedia a Virgem Santíssima que o ajudasse.

Porém, apesar de aplicar todos os recursos de sua inteligência para que saísse com as formosas feições da visão que tinha tido, o resultado foi uma imagem imperfeitíssima, que nem de longe se assemelhava ao original. Mesmo assim, não tardou a divulgar-se em Potosí e seus arredores que o nobre Francisco Yupanqui tinha esculpido uma imagem da Virgem.

Nesse mesmo ano, o frio intenso, impróprio do clima benigno de Copacabana, ameaçava arruinar as colheitas, vindo assim a faltar os gêneros de primeira necessidade. Por isso, os cristãos mais fervorosos propuseram que se fizessem preces públicas para conjurar a desgraça, e no meio da geral consternação concebeu-se a idéia de fundar, na igreja paroquial, uma confraria em honra da Virgem da Candelária, cuja festa se aproximava.

A proposta foi aceita com entusiasmo por uns, mas combatida por outros que opinavam já haver uma confraria em honra do mártir São Sebastião.

Um cristão muito devoto de Nossa Senhora, Alfonso Viracocha, morador de Copacabana, o qual tinha apoiado com todo o seu prestígio a fundação da confraria de Nossa Senhora, tendo sabido que Yupanqui esculpira uma imagem de Nossa Senhora da Candelária, foi a Potosí para falar com ele da projetada confraria, pedindo-lhe que cedesse a essa confraria a imagem. Tito Yupanqui cedeu-a de boa vontade, apesar de conhecer seus defeitos, esperando que a Mãe de Deus os corrigisse. Muito satisfeito por ter encontrado em Yupanqui um zeloso cooperador de sua obra (a confraria), Alfonso resolveu solicitar a licença do senhor bispo para erigir canonicamente a confraria.

Tendo falado antes, porém, com um dos familiares do bispo, ele o desanimou, pelo que Alfonso foi, muito triste, visitar um sábio e prudente sacerdote. Este lhe infundiu a esperança, redigindo-lhe um memorial em regra que Alfonso apresentou humildemente ao prelado, junto com a cópia da imagem de Yupanqui.

Olhando para a estampa, o bispo rejeitou-a, dizendo que, em vez de excitar a devoção dos fiéis, se tornaria objeto de zombaria e crítica, não dando, portanto, permissão para fundarem a confraria.

O piedoso Yupanqui ficou consternado ao certificar-se de que a Virgem Maria não podia ser honrada por causa de sua pouca habilidade. Mas não desanimou e, confiante, resolveu fazer doce violência ao Coração de Maria com novos jejuns e orações, a fim de que aceitasse corrigir seu trabalho, e, não satisfeito com isso, regressou a Potosí, com a idéia de ir a La Paz para experimentar lá a reforma da imagem. Procurou compatriotas seus que se encontravam em Potosí, e eles o ajudaram a levar aos ombros, bem acondicionada, sua imagem. Porém, ao desembrulhá-la para tê-la pronta quando chegasse o dourador com que ele tinha falado, pedindo-lhe que lhe fornecesse o ouro necessário para dourá-la e deixá-la perfeita, teve a grande tristeza de encontrá-la bastante estragada, sem que pudesse averiguar a causa.

Veio-lhe à mente, então, a tentação de abandonar uma empresa que tantos dissabores lhe ocasionava. No entanto, confiante em Deus e alentado pelo dourador, dedicou-se durante três meses a consertá-la e aperfeiçoá-la.

Essa ocupação era sua delícia, seus agradáveis recreios, parecendo que o Senhor lhe comunicava idéias celestiais, que sua rudeza lhe negava.

Esta suposição não é infundada, pois, sem a assistência do alto, era impossível que de mãos tão inábeis que haviam sofrido tantos desenganos saísse uma imagem que reunia à mais peregrina beleza a majestade mais atraente, cujos olhos e feições, ao mesmo tempo que infundem respeito, comovem a alma, fazem palpitar o coração de quantos a contemplam, arrancam doces lágrimas dos fiéis e abrandam os endurecidos corações dos incrédulos e pecadores.

Não se deve estranhar, pois, que, ao ver sua Candelária tão formosa, Yupanqui ficasse extasiado a contemplá-la, beijando-a respeitosamente, cheio de gratidão e amor.

Para dar expressão à sua felicidade, Yupanqui quis mostrá-la a um religioso franciscano, o qual, encantado com a imagem, pediu-lhe que a levasse para sua cela para que a concluísse lá, dourando-a com todo o esmero. Mas seu intento principal era consolar sua alma com a imagem de Maria, da qual não apartava os olhos, parecendo-lhe dia a dia mais formosa.

Assegura-se que várias vezes a viu rodeada de esplendor.

Afinal a imagem ficou pronta, afirmando a tradição ou piedosa lenda que dois anjos a retocaram, dando singular beleza sobretudo aos rostos da Virgem e do Menino.

O certo é que os peritos informaram que não só estava concluída e perfeita, mas também que era mais digna de veneração do que outras imagens da Santíssima Virgem.

Com tal declaração, Yupanqui ficou mais contente do que se lhe houvessem devolvido o trono de seus avós, e não se cansava de dar graças a Deus, que recompensava com generosidade as afrontas e os desprezos que tanto o tinham magoado.

Em 2 de fevereiro de 1583, a Virgem da Candelária (de Yupanqui) fez sua entrada solene, no meio do regozijo público, no povoado de Copacabana. Foi colocada em modesta capela, que, com o correr dos anos, devia transformar-se em um dos santuários mais célebres da cristandade, à margem do lago Titicaca, onde é venerada ainda hoje sob o título de Nossa Senhora de Copacabana.

Copacabana é atualmente uma cidade da Bolívia, célebre na época da idolatria por ter o demônio estabelecido nela o centro de suas abominações.

Celebrizou-se novamente depois da conquista pelos espanhóis, porque foi purificada pela Virgem Imaculada, que aí estabeleceu seu trono de misericórdias.