La
nueva “venerable” nació en Sassello, Liguria, el 29 de octubre de
1971. Su nacimiento llenó de alegría a sus padres, Ruggero Badano,
camionero, y María Teresa Caviglia, obrera, quienes por once años
esperaron tener un hijo.
“Si bien en medio de una inmensa alegría,
comprendimos enseguida que no era sólo nuestra hija sino que ante
todo era hija de Dios”, señaló su madre según la biografía publicada
por los Focolares.
Desde muy pequeña, Chiara mostró un profundo amor por
Dios, al tiempo que revelaba un carácter fuerte pero dócil, era
alegre, bondadosa y muy activa.
A los nueve años de edad ingresó al Movimiento de los
Focolares. En 1985 se mudó a Savona para seguir los estudios de
bachillerato donde, según sus biógrafos, “a decir la verdad,
encontró algunas dificultades, a pesar del esfuerzo. No aprueba el
cuarto año y esto la hace sufrir mucho”.
Chiara tenía muchos amigos, se convirtió en una gran
deportista, practicaba tenis, natación, montaña. Soñaba con ser
aeromoza y disfrutaba del baile y el canto. Sin embargo, a los 16
años discernió su vocación y decidió consagrarse a Dios.
Mantuvo una relación muy cercana con la fundadora de
los Focolares, Chiara Lubich, quien le puso el sobrenombre de “Luce”.
Poco tiempo después le diagnosticaron un tumor en el
hombro. El diagnóstico fue “sarcoma ostiogénico con metástasis”, uno
de los tumores más graves y dolorosos. Chiara se propuso superar la
enfermedad y comenzó un intenso tratamiento de quimioterapia,
mientras trataba de seguir con su vida habitual sin perder nunca la
alegría ni la fe.
Preparando su “fiesta de bodas”
Entregó todos sus ahorros a un amigo que partió en
misión humanitaria a África. A pesar de los esfuerzos de los
médicos, la enfermedad avanzaba rápidamente y perdió el uso de las
piernas. “Si tuviera que elegir entre caminar o ir al paraíso,
elegiría esta última posibilidad”, dijo a sus familiares, ya no
pedía curarse, sino encontrarse con Jesús.
Su fuerza conmovía a sus seres queridos y los médicos
que la atendían.
En julio de 1989 sufrió una severa hemorragia y
parecía que el desenlace llegaría en cualquier momento. Dijo a sus
padres: “No derramen lágrimas por mí. Yo voy donde Jesús. En mi
funeral no quiero gente que llore, sino que cante fuerte”.
En su lecho de enferma, Chiara rezaba mucho pidiendo
ser capaz de cumplir con la voluntad de Dios. “No le pido a Jesús
que me venga a buscar para llevarme al paraíso; no quisiera darle la
impresión que no quiero sufrir más”, decía y decidió preparar con su
madre la que llamaba “fiesta de bodas”, es decir su funeral.
Dio a su madre instrucciones muy precisas sobre cómo
debía ser su vestido, la música, las flores, los cantos y las
lecturas. Le pidió a su madre que mientras preparase su cuerpo se
repitiera a sí misma: “Ahora Chiara Luce ve a Jesús”.
En beneficio de toda la Iglesia
El domingo 7 de octubre de 1990 Chiara falleció
acompañada de sus padres. Tras la puerta de la habitación aguardaban
sus amigos. Sus últimas palabras fueron para su mamá: “Chao. Sé
feliz porque yo lo soy”.
Unas dos mil personas asistieron a su funeral.
El entonces Obispo de Acqui, Mons. Livio Maritano,
inició el proceso de beatificación de Chiara en 1999. El Prelado
asegura que tomó esta decisión por “su forma de vivir, especialmente
el ejemplo extraordinario que ofreció en el último tramo de su
vida”.
“La vi varias veces durante su enfermedad y me han
llegado muchos testimonios de personas que la visitaban en el
hospital o en la casa. Y todos confirmaban su altura espiritual y su
amor a Dios, que le daban la fuerza para afrontar la prueba con una
serenidad que la llevaba a animar a todos los que iban a visitarla
con la intención de consolarla”, indicó.
“He comprobado que la presentación del testimonio
cristiano de Clara constituía un mensaje muy fuerte, una forma de
evangelización, por lo que me preguntaba si era justo mantener
escondida en una pequeña diócesis un tesoro tan grande como para
ponerlo al alcance de toda la Iglesia. Por eso no tuve ninguna duda
en decidir promover esta causa”, indicó.
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