TRABAJAR PARA LA
GLORIA DE DIOS
(Resumen)
No fuimos creados para
vivir en este mundo perezosamente ni para jugar a la
vida fuera viviendo como si Dios no existiera.
Para obtener la vida
eterna, o decir, el cielo, tenemos que trabajar
fervorosamente y con perseverancia para la gloria de
Dios, dejando de lado todo aquello que nos estorba, en
la realización de este servicio.
¿Cómo debemos trabajar para la gloria
de Dios?
1 º Con regocijo.
“Dios ama al que da con
alegría” (2 Co 9, 7)
y: “Cuando le das algo, no se
da de mala gana” (Deut. 15, 10),
y también: “En todas tus
ofrendas muestra un semblante alegre”
(Sir 35, 11), y
también: “Los que distribuyen
sus bienes, que lo haga con simplicidad: aquel que
preside, con solicitud; aquel que muestra misericordia,
con alegría” (Romanos 12, 8).
No debemos trabajar
por la gloria de Dios con rostros cerrados palabras
amargas, cejas arrugadas, las narices torcidas, gestos
ásperos... Este tipo de persona no agrada a Dios.
Nuestro Señor quiere personas felices en su servicio:
“Canta al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría, id a Él cantando con gran
alegría” (Sal 99, 2).
No podemos imaginar
nuestro Señor Jesucristo de rostro cerrado, quejoso,
cuando las multitudes lo buscan o cuando lava los pies
de los discípulos. Él sirve con alegría, amablemente, en
tono divinamente amistoso.
Millones de católicos
sirven al mundo y al diablo con entusiasmo y dedicación,
a la hora de trabajar para el Señor, actúan con
desprecio e indiferencia.
2. º Con amor.
Nuestra vida es breve. Así que tenemos que disfrutarla
hasta el último momento para crecer en el amor y en el
servicio a Dios, “... es Cristo
el Señor a quien servimos”(Col
3, 24).
La Palabra de Dios no
dice que debemos servir al mundo, al diablo o a la
carne, sino a Jesucristo, nuestro Dios y servirle con
amor... sólo por amor: “Sólo el
amor puede hacernos agradables al Señor”
(Santa Teresa del Niño Jesús).
Aquel que trabaja por
amor a Dios no se desalienta ante las dificultades,
obstáculos y persecuciones que aparecen en su camino;
mas persevera en lo que hace, ya que su único propósito
es complacer al Creador. Quién trabaja por amor de Dios
y con la intención correcta no se da por vencido del
bien comenzado: “Junto a ti
enfrento a los enemigos, con tu ayuda, transpongo altos
muros” (Sal 17, 30).
Quién trabaja con
amor, para gloria de Dios no mide esfuerzos, pero se
sacrifica con generosidad:
“Dios ama los corazones fuertes y generosos”
(Beata Isabel de la Trinidad).
La persona que ama
verdaderamente a Dios se consume por Él... no reserva
nada para sí y no consigue detenerse:
“Un alma inflamada del amor de
Dios no consigue quedarse parada”
(Santa Teresa del Niño Jesús).
3 ° Sin respeto
humano:
“Pero aquel que me niega
delante de los hombres, también lo negaré delante de mi
Padre que está en los Cielos”
(Mt 10, 33).
¿No hacer el bien por
temor de un - que dicen los hombres? – Es declararse un
cobarde, es ser vencido antes de entrar en campo con el
enemigo.
Lo que dicen los
hombres son palabras que el viento lleva, pero la virtud
que yo no practico por temor a lo que dicen, es el oro
que yo desperdicio. Nunca debemos ser oportunistas,
nuestra actitud debe ser clara, coherente con la fe que
profesamos. ¡Cuántas veces este modo de actuar decidido,
sin pretensión, sin miedo, no es una grande eficacia
apostólica! Por el contrario, asusta el mal que podemos
causar si nos dejamos llevar por el miedo o la vergüenza
de nos mostrarnos como cristianos en la vida diaria.
Toda la vida de Jesús
está llena de unidad y firmeza. Nunca lo vimos
vacilarse. Jesús pide a los que lo siguen esa voluntad
firme en cualquier situación. Dejarse llevar por el
respeto humano y por el proprio de personas con una
formación superficial, sin criterios claros, sin
convicciones profundas, o de carácter débil. El respeto
humano surge cuando se da más valor a la opinión de las
otras personas de que al juicio de Dios.
4. Sin pereza.
Jesucristo recorría las ciudades, pueblos, aldeas y
campos con celo y dedicación... sin pereza. Debemos
emular el ejemplo de nuestro Salvador.
Millones de católicos
se disculpan diciendo: - Yo no hago nada de mal, no
odio, no robo, no blasfemo... – Pero no basta no
hacer el mal, o no hacer el bien ya es un daño. Si usted
tuviera un siervo no ladrón, no borracho, no mundano;
sin embargo, sobrio, tranquilo, sin vicios, pero que,
sin embargo no hace nada, y todo el día descansa en una
esquina, donde no te perturba mas, no te sirve, ¿no es
cierto que lo despedirías en un instante? Pues bien:
somos siervos de Dios, y si nos contentamos con sólo no
hacer nada de malo, sin trabajar para su gloria, un día
vamos a oír la condenación eterna:
“Siervo perezoso e injusto, retírate”
(Mt 25, 30).
Hay católicos que
desperdician el día en visitas sin importancia, en
conversaciones llenas de mentiras, de murmuraciones y
vulgares. Estos, por desgracia, no reservan ningún
momento para trabajar para la gloria de Dios, mas para
hablar de asuntos mundanos encuentran tiempo.
¿De qué sirve un
católico decir que cree en Dios si no hace nada para su
gloria? Es un gran estúpido y no se salvará.
5. º Con coraje.
San Pablo Apóstol, que nunca tuvo miedo de predicar el
Evangelio, escribe: “Dios no
nos dio un espíritu de cobardía, sino de poder. Nunca se
avergüence de dar testimonio de nuestro Señor”
(2 Tm 1, 7-8).
No podemos tener
miedo, respetos humanos. Es necesario que Repararemos en
la “desvergüenza” de que se valen los promotores
de programas pornográficos, novelas indecentes que dan
grandes ganancias a su cuenta bancaria... mientras
nosotros, Cristianos – poseedores del verdadero
significado de la felicidad – permanecemos ocultos en la
cueva de la nuestra timidez como conejos cobardes,
temblando en las bases por miedo de ser criticados,
perseguidos y despreciados.
Una evangelización
profunda no se hace sólo en el ambiente cálido y
familiar, un grupo católico o una comunidad parroquial,
hay que afrontar con valentía los vientos y las mareas
del mar, allí donde deciden el destino de la sociedad.
El Papa León XIII
escribió: “Nada estimula tanto
la audacia de los malos, como la cobardía de los buenos”
(Sapientiae Christianae, 18).
6. º La enseñanza
de la verdad.
La dedicación a la tarea apostólica proviene de la
convicción de poseer la Verdad y el Amor, la verdad
salvadora es el único amor que llena los deseos del
corazón.
Cuando se pierde esa
certeza, no se encuentra sentido en la difusión de la
fe.
La verdad no conoce
medios términos... Una de las condiciones de toda acción
apostólica es la fidelidad a la doctrina, aunque en
algunos casos, esto resulta difícil de cumplir y llegue
hasta a exigir el comportamiento heroico o al menos
llena de fortaleza. No se puede querer agradar a todo el
mundo reduciendo de acuerdo con las conveniencias
humanas las exigencias del Evangelio.
No es buen camino
pretender hacer fácil el Evangelio, silenciando o
rebajando los misterios que deben ser creídos y las
normas de conducta que deben ser vividas:
“Mas quien practica la verdad viene para la luz...”
(Juan 3, 21).
“Si
vosotros permanecéis en mi palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad, y
la verdad os libertará”
(Juan 8, 31-32).
“¿Es por ventura el favor de los hombres que ahora
busco, o el favor de Dios? ¿O trato de agradar a los
hombres? Si quisiese agradar a los hombres, no sería
siervo de Cristo”
(Gálatas 1, 10).
“Puesto que Dios nos encontró dignos de confiarnos el
evangelio, hablamos no para agradar a los hombres, sino
a Dios, que escudriña nuestros corazones”
(1 Tesalonicenses 2, 4).
7. º Soportando las
persecuciones y las dificultades y probaciones:
“Decidimos, sin embargo,
confiados en nuestro Dios, anunciar el evangelio de
Dios, en medio de las grandes luchas”
(1 Tes 2, 2).
La pereza o la
cobardía pueden insinuar las más variadas disculpas. De
ahí que “no sería inútil que
cada cristiano y cada evangelizador examinarse en
profundidad, a través de la oración, este pensamiento:
los hombres podrán salvarse por otras caminos, a través
de la misericordia de Dios, si no les predicamos el
Evangelio, mas ¿podremos salvarnos si por negligencia,
por miedo, vergüenza... o falsas ideas, omitimos
anunciarlo? Porque, eso significa ser infieles a la
llamada de Dios, la cual, a través de los ministros del
Evangelio, quiere hacer germinar la semilla; de nosotros
depende que esa semilla se convierta en un árbol y
produzca fruto. Preservar pues, el fervor espiritual.
Preservar la dulce y confortadora alegría de
evangelizar, inclusive cuando hay que sembrar entre
lágrimas” (Papa Pablo VI).
El amor a Dios y la
fidelidad a la vocación se materializan
“en no tener miedo de exponer
la palabra de Dios en medio de la tribulación... pues
quien tiene una firme esperanza de alcanzar lo prometido
no cede, para poder conseguir el premio”
(San Vicente de Lerins).
8. º Con
perseverancia.
Sin perseverancia, es imposible alcanzar la santidad o
la salvación: no basta ser virtuosos y generosos algunos
días o algunos años; es necesario ser así siempre, hasta
el final. Retirarse del bien iniciado, del camino de la
fe y de seguir a Cristo significa poner en peligro su
salvación. Quién retrocede se condena voluntariamente y
nunca llegará al objetivo: se trata de un débil, un vil,
un desertor, mientras que el cristiano debe ser fuerte,
valiente y perseverante. No hay duda: quién quiere
alcanzar para su alma la vida eterna, debe perseverar en
hacer el bien, sin ser sorprendido por la dureza las
probaciones.
Bibliografía
Sagrada Escritura
Santa Teresa del Niño
Jesús, Escritos
P. John Colombo,
Reflexiones sobre los Evangelios y en las fiestas del
Señor y de los santos
El Papa Pablo VI,
Evangelii Nuntiandi 80
Beata Isabel de la
Trinidad, Escritos
Don Rafael Llano
Cifuentes, la inseguridad, el miedo y el coraje
Pe Francisco Fernández
Carvajal, Hablar con Dios
San Vicente de Lerins,
Commentaria en 1 Tesalonicenses, ad loc
Pe Alejandrno
Monteiro, los rayos de luz
Pe Gabriel de Santa
María Magdalena, la intimidad divina
R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de
la vida interior, vol. II
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