Santa Mónica nació en el norte de
África, en Tagaste, el año 332, en una familia cristiana que le
entregó – del la costumbre de la época y local – como esposa de un
joven llamado Patricio.
Como cristiana ejemplar que era,
Mónica se preocupaba con la conversión de su familia, por eso se
consumió en la oración por el esposo violento, rude, pagano y,
principalmente, por el hijo más viejo, Agustín, que vivía nos vicios
y pecados. La historia nos testifica las incontables plegarias,
ultrajes y sufrimientos por qué Santa Mónica pasó para ver la
conversión y el bautismo, tanto de su esposo, cuanto de aquel que le
mereció el consejo: Continúe a rezar, pues es imposible que se
pierda un hijo de tantas lágrimas.
Santa Mónica tenía tres hijos. Y
pasó la interceder, de forma especial, por Agustín, dotado de mucha
inteligencia y una inquieta búsqueda de la verdad, lo que hizo con
que resolviera buscar las respuestas y la felicidad fuera de la
Iglesia de Cristo. Por eso se envolvió en medias verdades y muchas
mentiras. Pero, la madre, fervorosa y fiel, nunca dejó de interceder
con amor y ardor, durante 33 años, y antes de morir, en 387, ella
misma dijo al hijo, ya convertido y cristiano: “Una única cosa me
hacía desear vivir aún un poco, verte cristiano antes de morir”.
Por esta
razón, el hijo Santo Agustín, que se hube hecho Obispo y doctor de
la Iglesia, pudo escribir: “Ella me generó sea en su carne para
que yo viniera a la luz del tiempo, sea con su corazón para que yo
naciera a la luz de la eternidad”.
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