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						(Pe. Divino Antônio Lopes FP.) 
						  
						
						¿Qué 
						es la cruz? Es todo lo que 
						nos 
						resiste a un deseo y nos vuelve la vida difícil. Son los 
						dolores del cuerpo y la agonia del alma... pérdida de la 
						fortuna, daño del tiempo, aprensión del enemigo... todo, 
						en fin, que nos aflije, todo que nos arranca lágrimas y 
						angustia el corazón. 
						
						Llorando 
						entramos en este mundo y llorando habremos de salir de 
						él. Dijo Jesúscristo: 
						
						“Si alguien quiere venir después de m, 
						niéguese a sií mismo, tome su cruz y sígame”
						(Mt. 16,24). 
						
						Él no dijo 
						“arrastre” la cruz, mas 
						“tome su cruz”. 
						
						¡Dolores 
						y trabajos son los compañeros que primero encontramos al 
						entrar en el grande escenario de la vida! 
						
						Llevando en los hombros nuestra cruz 
						todos caminamos como Isaac para el monte del sacrificio...
						¡como 
						Jesús para el Calvario! “En 
						cuanto vivió, ni Nuestro Señor Jesúscristo
						estuvo ni hora sin padecer”
						(Tomás de Kempis). 
						
						La cruz es 
						costosa y a veces parece insoportable para nuestros 
						hombros; pero, si Dios colocó la cruz sobre nuestros 
						hombros, nos da una señal de que nos estima y de que no 
						nos faltará con su gracia para llevarla. 
						
						La cruz es 
						pesada, mas, 
						¿qué 
						importa? Rápidamente Dios nos aliviará de su peso y a 
						cambio de ella, nos dará el descanso etero... el cielo... 
						la felicidad eterna: 
						“Los 
						sufrimientos del tiempo presente no  tienen proporción 
						con la gloria que no deberá ser
						
						revelada”
						(Rm 8, 18). 
						
						¡Nos 
						debemos alegrar con el sufrimiento! Estamos en el camino 
						del bien, vivimos la vida de Cristo... recorremos el 
						camino de la salvación. Y por ese camino que andan los 
						dicípulos de Jesucristo. 
						¡Ánimo! 
						Soportemos con paciencia y alegria el peso de la cruz y 
						seremos coronados. 
						
						No miremos para la cruz que Dios nos 
						envia como para una infelicidad... una desgracia. 
						Debemos ver en ella una prueba de que Dios nos ama, pues
						“... el Señor azota
						a los que se aproximan a Él”
						(Jt 8, 27). 
						
						La cruz es un 
						bien para el cuerpo y para el alma. Los dolores que 
						atormentan el cuerpo son frenos que le moderan los 
						apetitos y reprimen las pasiones 
						
						Los dolores 
						del cuerpo hacen crecer en el alma las virtudes. Es en 
						la cruz que la paciencia se adquiere y perfecciona. 
						
						La cruz ergue 
						nuestra esperanza para los bienes del cielo, aviva la fe 
						en las divinas promesas e inflama el corazón en el amor 
						de JesúsCristo. 
						
						La cruz es una 
						fuente de merecimientos con que Dios nos va ha premiar 
						
						La cruz limpia 
						nuestra alma del polvo de las imperfecciones, la 
						desapega de los bienes de la tierra y la obliga a 
						refugiarse en las llagas de Cristo y a buscar en los 
						brazos de la divina misericórdia y consolación de sus 
						males. 
						
						En la cruz 
						Dios nos da una garantia de la gloria futura: 
						
						“Vosotros lloráis el mundo, mas se alengraran; vosotros 
						os entristeceis, mas vuestra tristeza va a ser
						
						convertida en alegria”
						(Jo 16,20). 
						
						Si sufrimos... si vivimos en medio de las 
						pruebas y dificultades, no digamos que 
						
						Dios nos abandonó. Por el contrario, 
						ahora Lo tenemos más cerca. Es su mano paterna que 
						descansa sobre nuestra cabeza para premiar nuetra 
						paciencia con una corona de felicidad. 
						
						El católico debe recorrer el camino de la 
						cruz, pues, ser católico es ser dicípulo de Cristo, y 
						Nuestro Cristo es, como dice San Pablo, Cristo 
						crucificado. 
						
						Cristo crucificado, para que recordemos 
						que también en la cruz tendrán parte sus dicípulos. 
						
						Cristo crucificado, para que en nuestras 
						tribulaciones tengamos donde poner los ojos para 
						soportarlas con resignación (paciencia 
						en las tribulaciones). 
						
						Jesús entró en este mundo rodeado de 
						cruces, subió al cielo con las señales que la cruz dejó 
						en sus pies, manos y lado, y con la cruz va a venir a 
						juzgar el mundo. Al verla se cubriran de verguenza 
						aquéllos que en la tierra no supieron llevarla 
						resignados. 
						(paciencia en las tribulaciones). 
						
						La cruz enseña a ver en el pecado el 
						mayor mal que trajo al mundo todas las miserias. 
						
						Enseña que no es en la tiera, mas en el 
						cielo que nos está reservada la verdadera felicidad. 
						
						Enseña que en este mundo todo es 
						transitório, que el tiempo es de pruebas, que la tierra 
						es un destierro y que las alegrias sólo pueden ser 
						regadas con muchas lágrimas. 
						
						Enseña que sólo en Dios debemos colocar 
						nuestra esperanza y buscar en Él el único remedio para 
						nuestro dolor. 
						
						¡Desilusionémosnos!
						¡Los 
						trabajos, los dolores, las cruces van ha acompañarnos 
						toda la vida! Con ellos siempre nos enfrentaremos, mismo 
						que andemos por caminos llenos de rosas. El rico se 
						siente cercado por serios temores y cuidados al pasar 
						revista por sus tesoros. No es sin temores y cuidados 
						que los reyes y grandes del mundo se sientan a la mesa 
						de sus festines. Debajo de las coronas reales se ocultan 
						los espinos y por la mesa de los felices del mundo van 
						pasando de mano en mano el caliz de las inquietaciones y 
						de los disgustos!
						“Querer 
						salvarse lejos de la cruz es pura ilusión” 
						(Santa Margarida Maria 
						Alacoque). 
						
						¡Felices 
						de los que sufren! En la 
						cruz encuentran la expiación de sus culpas. El 
						sufrimiento, que en este mundo soportan, economizanles 
						en el purgatorio otros mas crueles. 
						
						No miremos, pues, para la cruz, con 
						desplacer e impaciencia. 
					  
					
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