(Pe. Divino Antônio Lopes FP.)
“La paciencia produce una obra pefecta”
(Tg 1, 4). Eso quiere decir
que no existe cosa más agradable a Dios de que sufrir
con paciencia y paz todas las cruces por Él
enviadas. Es propio del amor, hacer la
persona que ama semejante a la persona amada. Decía San
Francisco de Sales: “Todas
las llagas de Redentor son otras tantas palabras
que no enseñan como debemos
sufrir por Él. Esta es la sabedoria de los santos,
sufrir constantemente por Jesús, así nos volveremos
santos”. Quien ama el Salvador desea ser como
Él: pobre, sufridor y despreciado.
San Juan Juan vio todos los santos vestidos de blanco
asegurando palmas en las manos
(Ap 7, 9).
La palma es el símbolo del martirio, mas,
ni todos los santos fueron martirizados.
¿Porqué
entonces todos seguran palmas?
Responde San Gregorio Magno que
todos los santos fueron mártires o por la
espada o por la paciencia. Y acrecenta:
“Nosotros podemos ser mártires sin la espada,
si guardamos
la paciencia”.
El mérito de una persona que ama
Jesúscristo consiste en amar y
sufrir. Eis lo que Dios le hizo entender a Santa
Teresa: “¿Piensa,
mi hija, que el mérito consiste en
alegrarse? No, el mérito consiste en sufrir y
amar. Vea mi vida llena de dolores. Crea mi hija, aquél
que es más amado por mi Padre recibe de Él cruces
mayores; al sufrimiento corresponde el amor. Vea estas
mis llagas, sus dolores nunca llegaran a tanto. Pensar
que mi Padre admite a alguien en su amistad sin
sufrimiento es un absurdo...” Mas, acrecenta
Santa Teresa:
“Dios no manda ningún sufrimiento sin pagarlo
inmediatamente con algún favor”.
Son tres las principales gracias que
Jesús hace a las personas amadas por Él: la
primera, no pecar; la segunda, que es mayor, el hacer
buenas obras; la tercera, que es la mayor
de todas, sufrir por su amor. Decía Santa Teresa
de Jesús que cuando alguien hace algún bien a Dios, el
Señor le paga con alguna cruz. Eis por que los
santos agradecian a
Dios el recibir los sufrimientos.
San Luis, Rey de Francia, hablando sobre
la esclavitud que sufrió en Turquia, dijo:
“Me alegro y
quedo muy agradecido a Dios, más por la paciencia que me
concedió en mi prisión de lo que si tuviese conquistado
la tierra entera”. Santa Isabel, reina de Hugría,
habiendo perdido su esposo fue expulsa del lugar donde
vivia con su hijo. Sin abrigo y abandonada por todos, se
dirigió a un convento de los franciscanos y mandó cantar
un himno de acción de gracias a Dios por el favor que Él
le concedia al hacerla sufrir por su amor.
Sobre la paciencia del dolor, decía San
Juan Crisóstomo a sus fieles:
“Ya no
debemos creer que las aflicciones sean una señal de que
Dios nos haya abandonado y nos desprecie. Al contrario,
son la más clara prueba de que Dios se recuerda de
nosotros y piensa en nosotros, porque con ellas nos
purifica de nuestros pecados, haciéndonos medio
poderosos con merecer su gracia y su protección”.
Cuando
Santa Cecilia fue destinada al martirio, se levantó un
murmullo entre aquellos que la conocian:
“¡Tan
bella!
¡Tan
rica!
¡Tan
joven!... y va morrir!” Pero, ella respondió con
tranquilidad y paciencia: “Es por una juventud, una
belleza, una riqueza eterna que yo corro alegre a
deshacerme de esta”.
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