SAN JOSÉ Y 
					MARIA SANTÍSIMA PEREGRINOS EN BELÉN SIN ABRIGO
					  
					
					(Pe. Divino 
					Antônio Lopes FP.) 
					  
					
					
					“Y ella dio a la luz su 
					hijo primogénito, lo envolvió con rangos y reclino-lo en una 
					manjedoura, porque no había un lugar para ellos en la sala”
					(Lc 2, 7). 
					  
					
					
					¡Cuando un rey hace la primera entrada en una 
					ciudad de su reino, que manifestaciones de veneración se le 
					preparan! ¡Qué pompas! Cuántos arcos de triunfo! Te prepara, 
					pues, ó Belén venturosa para recibir dignamente el Rey del 
					cielo; queda sabedora que entre todas las ciudades eres tú 
					la dichosa que Él escogió para en ella nacer en tierra, a 
					fin de reinar después en el corazón de los hombres: 
					“Y tú, Belén, tierra 
					de Judá, de ninguna manera eres la menor entre
					
					las tribus de Judá, pues 
					de ti saldrá un jefe que apacentará mi pueblo, Israel...”
					(Mq 5, 1-3). 
					
					He 
					ahí que ya entran en Belén esos dos piadosos viajeros, José 
					y María, que trae en su seno el Salvador del mundo. Entran 
					en la ciudad, se dirigen para la casa del ministro imperial, 
					a fin de pagar el tributo y sean alistados en los registros 
					de los súbditos de César. Pero ¿quién los reconoce? ¿Quién 
					les va al encuentro? ¿Quién les oferta abrigo?
					“Él vino para lo que era suyo, y 
					sus no lo recibieron” 
					(Jo 1, 11). 
					
					
					Ellos son pobres, y como pobres son despreciados; son 
					tratados aún peor del que los otros pobres, y hasta 
					expulsos. 
					
					
					Entrando en Belén, Nuestra Señora entendió que se aproximaba 
					la hora de su parto. Avisó a San José, y este buscó hallar 
					abrigo en una casa de los habitantes de Belén, a fin de no 
					tener que llevar su esposa a la hospedería, 
					lugar poco conveniente 
					
					
					Para una virgen. Nadie quiso atenderle lo pedido, y es bien 
					probable que de la parte de algunos fuera tasado de 
					imprudente por traer consigo la esposa próxima al parto en 
					tiempo nocturno y de tanta afluencia de pueblo. 
					
					
					San José debe haber batido en muchas otras 
					puertas antes de llevar a Virgen María para un estabulo, en 
					las redondeas. Imaginamos bien la escena: San José 
					explicando y volviendo a explicar la misma historia, 
					“que
					venían 
					de...”, 
					y Virgen, a pocos metros, viendo Son José y oyendo las 
					negativas. 
					
					
					Nadie dejó Cristo 
					entrar. Le cerraron las puertas. María siente pena a causa 
					de José, y también de aquellas personas. Como el mundo es 
					frío para con su Dios! 
					
					
					Tras dos mil años... ¿Será 
					que cambió alguna cosa en relación a la frialdad de las 
					criaturas? 
					
					
					Para no quedar durante la noche en medio de la calle, se vio 
					finalmente gracias a llevar a Virgen María a la hospedaría 
					pública, donde ya muchos pobres se tenían alojado para la 
					noche. ¿Pero cómo? También Dalí fueron expulsos y les fue 
					respondido que no había lugar para ellos:
					“Y ella dio a la luz su hijo 
					primogénito, lo envolvió con rangos y reclino-lo en una 
					manjedoura, porque no había un lugar para ellos en la sala”
					(Lc 2, 7). 
					
					
					Había allí lugar para todos, también para los más indignos, 
					pero no para Jesús Cristo. Contemplemos cuáles deben haber 
					sido los sentimientos de San José y de María Santísima, 
					viéndose despreciados y expulsos de cada lugar. 
					
					La 
					estalaje de Belén es figura de aquellos corazones ingratos 
					que acogen la tantas criaturas miserables y no a Dios. 
					Millones de personas aman los parientes, los amigos, hasta 
					los animales, pero no aman Jesús Cristo y ningún caso hacen 
					de su gracia y de su amor. 
					
					
					Oración: Sí, Jesús, binde nacer por vuestra 
					gracia en mi pobre corazón! Yo no me animaría a pediros esta 
					gracia, si no supiera que Vosotros aún me inspiráis el 
					pensamiento de rogarla. Ó Señor, yo soy aquel que con los 
					mis pecados Os tengo tantas veces expulsado cruelmente de mi 
					alma. Pero ya que bajasteis a la tierra para perdonar a los 
					pecadores arrepentidos, perdona-me, porque me pesa sobre 
					todas las cosas de Vos ter despreciado, mi Salvador y mío
					Dios, 
					que sois tan bueno y me tenéis tan grande amor. Estos días 
					dispensáis grandes gracias a tantas almas; consola también 
					la mía. La gracia que quiero es a de te amar para el futuro 
					de todo mi corazón; abrasa-me todo en vuestro amor.
					Os 
					amo, mi Dios, hecho Niño por mi amor. No permitáis que yo Os 
					deje de amar. Ó María, mi Madre, vosotros podéis todo con 
					vuestras súplicas; he ahí ay lo que únicamente os pido: 
					ruega a Jesús por mí, y obtened-me la gracia de amar-lO con 
					todas mis fuerzas, a fin de desagraviar-Lo así de tantas 
					ofensas, que otro tiempo Le he hecho. Ó mi Madre amantísima, 
					os ruego, exactamente por vuestra maternidad divina, toma mi 
					corazón y aproxima-o
					a 
					vuestro; aproxima-o también al de vuestro divino Hijo, y 
					fase que sea todo consumido en las bellas llamas del amor a 
					vosotros y Jesús Cristo. Amén. 
					   |